Escribe: Sire Martínez.

LA SAL DE VARESE




Por mucho tiempo, “La Sal de los Cerros” de Stefano Varese se mostró como un libro literalmente inalcanzable para mí; esto tal vez suene incomprensible para miles de habitantes de pobladas urbes, pero cuando se vive en una de esas olvidadas provincias del Perú, muchas veces la mentada modernidad, por múltiples razones, no alcanzaba tanto a uno como se hubiese querido.

 

Como se sabe, las tendencias del mercado hacen sentir toda la fuerza de su unilateral razón; por ello, en tal vez la única tienda de libros de las muchas ciudades de las provincias del Perú, es más o menos fácil encontrar los best sellers de ocasión, obviamente versión pirata. Imaginarse un original es una quimera, en aquellos arrinconados refugios a los que el saber colectivo impreso se ha tenido que adaptar. Allí conviven en medio de decenas, cientos de textos de autoayuda, con la promesa de hacerlo a uno millonario de la noche a la mañana, unos cuantos Vargas Llosa, Saramago, Esquivel, Restrepo, Bayly, entre otros; claro todos con la omnipresente versión popular, es decir pirata y me atrevo a decir casi la única vía, por la que miles de lectores tienen la oportunidad de adentrarse en el individual placer de la lectura, monótono goce que hoy se considera en extinción.

 

Tampoco pude hacerme de la lectura del libro en mención, a través de los lectores que conozco en mi ciudad, por cuanto más de uno me recordó, el consabido refrán acerca del hecho de prestar un libro y aún de devolverlo. Otras veces, escuché que algo habían oído hablar al respecto, lo que no me pareció raro en un país donde miles de personas viven en una única habitación multifuncional que funge de sala, comedor, cocina y dormitorio a la vez y por lo general, una biblioteca no figura en los sueños y planes de generaciones enteras. Es por ello, que se estima que el peruano promedio, apenas lee medio libro en un año, mientras que un sudamericano cualquiera, a excepción de Bolivia, ha leído entre 5 a 8 libros, en ese mismo periodo y, espantosa comparación, en Suiza el ciudadano promedio lee alrededor de 35 libros al año. Tal vez por ello, Bolívar señalaba que la verdadera libertad del hombre se encontraba en la educación.

 

Mi búsqueda se denotaba estéril por veces, en la biblioteca municipal, del libro ni la menor idea, solo atinaron a señalarme un deteriorado libro, que hablaba acerca de las peripecias de los colonos que se asentaron en las tierras del valle de Chanchamayo, escrito por Mario La Rosa y Carrión Ruiz y que leí con avidez.

 

En otras ocasiones, la esperanza de encontrar la aludida obra, estaba cifrada en los vendedores de libros de segunda mano; esperaba tener un golpe de suerte, como aquella vez en la que encontré “La colonia del Perené” de Federicka Barclay, ejemplar que un inmutable vendedor me lo dejó por tres soles, frente a los quince, que me pedía por un frívolo ejemplar de un escritor de moda.

 

En otra oportunidad, en las pocas veces que suelo estar en Lima, en una noche afortunada, un soñoliento vendedor, me dijo que me obsequiaba un ejemplar de un escritor desconocido si accedía a los doce soles que me pedía por un escrito, y como deshaciéndose de un viejo bulto, me extendió “El mundo insomne” de Stefan Zweig, el mismo que leí de un tirón ni bien llegué a casa, en un estado de efervescencia e incondicional admiración.

 

La menor de las veces, acudí a las librerías de Lima, portentosos monumentos, pero salí más que espantado por los precios que estremecían mi bolsillo; impenetrable barrera para el acceso a la cultura, gracias a absurdos impuestos que se imponían como inflexible mandato en donde la cultura es un artículo de lujo. Sin duda se trata de un subterráneo enfoque agresor de esa educación elitista, que estima que el acceso a ella y por ende a la cultura, debe ser onerosa y selectiva.

 

En uno de esos interminables diálogos sobre la selva central como problema y posibilidad, un antropólogo, me comentó que había estudiado con Varese; es más, conocía a su familia y me conto anécdotas que, para mí, resultarían de un afán delirante.

 

Un domingo, de esos en que los peruanos solemos adquirir un diario, leí un artículo (http://www.elcomercio.com.pe/EdicionImpresa/Html/2006-09-15/ImEcDominical0578238.html) de Jorge Paredes, anunciando que “La Sal de los Cerros” saldría en una nueva edición, cuarenta años más tarde, gracias al Fondo Editorial del Congreso de la República.

 

Como no siempre puedo viajar a Lima, ingresé a la web de la editorial e hice los encargos para adquirir, el esquivo libro, y así, esta vez gracias a internet, las distancias se acortaron y pude acariciar un original a un precio accesible. Caí en la cuenta que solo los best sellers suelen ser pirateados, mientras que los textos de ese solitario mundo de la investigación, solo se pueden obtener por original y gracias a ello, las empresas libreras sobreviven en medio de la cultura combi de la informalidad. Aunque, obvio, los estudiantes se las ingenian de mil modos para obtener fotocopias y la versión digital; práctica que resulta común, cuerda y hasta pragmática, dada sus economías.

 

El hojear las primeras páginas fue una extraordinaria revelación, pues primero, se remarcaba que sin duda se trataba de un clásico, con el mismo nivel que los siete ensayos de Mariátegui. Luego Alberto Chirif se despacha a su gusto, en un prologo extraordinario por su contendido conceptual y testimonial. Después aparecen las primeras letras de Varese, en sus prólogos a las ediciones que se han sucedido a lo largo de cuarenta años, para luego revelar el fabuloso mundo asháninca como nadie lo ha hecho jamás.

 

Alguna vez, Vargas Llosa escribía que con las ciudades uno adquiere una especie de relación sentimental de amor u odio y que estas se consideran de por vida; tal vez para algunos, eso suceda con los libros.

 

Hoy, miro a través de la ventana a lo lejos, veo algunas casas de La Merced, distingo la cúpula de una capilla, los circundantes cerros que desde hace años carecen de arboles y soy consciente de los dramas horripilantes y peripecias que se han vivido en el proceso de colonización y ocupación del vasto espacio de la amazonia central. Espero que “La Sal de los Cerros”, nuevamente abra las puertas necesarias para recomenzar la historia de esta región, que se ha vuelto mestiza en medio de ciclos que la han desgarrado y trastornado, pero que continua siendo extraordinaria como desconocida para el resto del país.

 

Sire Martínez.


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