Escribe: Sire Martínez.

LA MAÑANA DE LUIS SAYAN


Cuando se levantó, era de madrugada; las estrellas todavía reinaban en lo alto y los gallos aun no aleteaban sus alas, antes de dar sus primeros cantos. Se lavó apresuradamente medio cuerpo, se llevó a la boca algo de comer y enseguida trepó su compañero, un viejo camión Volvo, para emprender una vez más un nuevo viaje hacia la siempre atroz Lima. Se imaginó desayunando tranquilamente en algún lugar de la carretera, en unos de esos pequeños restaurantes que atienden toda la noche y en donde, la comida se presenta abundante y deliciosa, pues tiene el telúrico peso de la costumbre. Un caldo de gallina nunca será más delicioso que cuando uno entre ebrio y cuerdo, a punto de culminando una noche de juerga feliz, se abalanza cuchara en mano, a sentir el efecto de una vital resurrección o cuando, se viaja y la comida se suma al paisaje constituyendo una de esas experiencias personales que solo se añora fuera del país, con esa nostalgia que llora en el corazón.

Rápidamente, dejó atrás Oxapampa, llevando un cargamento de rocoto. Esta provincia envía a Lima más del 60 por ciento del volumen ingresado de rocotos; aunque siempre se piensa que el rocoto que se expende en los mercados limeños es de Arequipa, tal vez asociando la fama del suculento rocoto relleno, auténtico plato bandera de la gastronomía characata.

Luego de casi dos horas, al arribar a Puente Paucartambo, un efectivo policial, detiene el vehículo y procede a su rutinaria labor; sin embargo, exige una propina de unos cuantos soles. Poco después, en San Luis de Shuaro sucede lo mismo y nuevamente tiene que dejar la consabida propina que en cada viaje y de modo rutinario lo realizan miles de transportistas, tengan o no tengan documentación en regla. Lo mismo sucede, pasando el puente sobre el río Colorado.

Finalmente, al arribar a la ciudad de La Merced, provincia de Chanchamayo, a la altura del puente San Luis sobre el río Toro, sucede lo mismo, pero esta vez el efectivo policial interviniente requiere el pago de cien nuevos soles a cambio de devolver los documentos del conductor. Era la siete de la mañana de un viernes 20 de febrero de 2009, del cual tengo ya el recuerdo.

Luis Sayán, vio como si una película veloz le nublaba la mente y recordó su diario madrugar, incluso su breve lavado, así como el día a día de su sufrido trabajo, que lo aleja de su familia; se sintió más desamparado que nunca, sin que nadie en todo el territorio hiciera algo, ni las autoridades, que siempre son esos políticos de diferentes caras pero iguales apellidos y que colman el largo de toda la historia republicana del país. Se sintió terriblemente sólo en el mundo, impotente ante el abuso diario, terriblemente amargado por la corrupción intrínseca en miles de peruanos, que se manifiesta en el cotidiano acontecer y se percibe, sobre todo en casi todo el cuerpo policial y fue en ese preciso momento que decidió que las cosas tenían que cambiar.

Atravesó el camión en uno de los extremos del puente, impidiendo el paso vehicular y se declaró en protesta. Los primeros transportistas y transeúntes, no conociendo la situación, lo colmaron de insultos y de improperios; pero poco a poco, se fueron agrupando los curiosos para ver lo que pasaba. El efectivo, envalentonado aún, trató de amedrentarlo con amenazas y triquiñuelas. – No me importa perder la licencia de conducir de por vida, pero tú, no vas a pedir más plata a la gente pobre – respondió ante la consternación del policía, que se percató que las primeras cámaras y reporteros llegaban.

La incomodidad inicial, dio paso a la protesta colectiva y a que se apersonaran las más altas autoridades policiales de la provincia, quienes tuvieron que llamar al fiscal de turno ante el pedido unánime de la multitud; los minutos fueron transcurriendo y muchas personas se movilizaron hasta el lugar. Por su parte, los noticieros matutinos se colmaron de llamadas telefónicas, de oyentes que manifestaban su solidaridad con el humilde transportista y su rechazo firme, a una práctica de muchos años, efectuada por la mayoría de efectivos de la Policía de Carreteras. En el colmo del amarillismo, se especulaba que incluso, la recién nombrada ministra del Interior Mercedes Cabanillas, se había enterado del hecho y que por lo tanto, tomaría cartas en el asunto… Si Lima nunca se ocupa de esta pequeña porción del país, menos lo hará ahora que un pobre hombre se ve empujado a tomar tal actitud.

Al cabo de dos horas, el fiscal de turno garantizó que Luis Sayán haría la respectiva denuncia a esos malos policías, sin temor a ninguna represalia. El transportista se subió al viejo Volvo y se dirigió al Ministerio Público para rendir su manifestación. La multitud lo vitoreo y acompañó. El fiscal constató que toda su documentación estaba en regla y que la papeleta impuesta era por obstaculizar el tránsito, pero nadie explica ¿qué infracción había cometido antes el conductor, para que se retenga su licencia y la tarjeta de propiedad?.

Tal vez, nunca sean castigados esos policías corruptos, en un afán de protección de un malentendido espíritu de cuerpo; tal vez haya represalias al desesperadamente valiente Luis Sayán; tal vez no haya justificación que para reclamar algo, se irrumpa  el derecho de los demás al libre tránsito; tal vez sea cierto que la corrupción proviene de ambos lados, tanto de los malos policías como de los transportistas que incumplen las normas de tránsito, llevando a las personas como animales, transportando en las station vagon hasta ocho pasajeros, cuando deben de trasladar solo a cuatro; tal vez a las autoridades competentes, ni se les mueva una pestaña con la noticia; pero lo cierto es que la gente lleva años tomando la justicia en sus propias manos y ese es síntoma que el país se cae moralmente a pedazos. Ante ello, se tienen que tomar las medidas correctivas necesarias, pues de lo contrario, seremos el país de la barbarie colectiva y en ese extremo, solo sucede una cosa: acudir a la vieja receta que señala, que sólo una dictadura manu militare impondrá el orden necesario, pese a que, tenemos más de la mitad de nuestra vida republicana con ese cuento.


Sire Martínez


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