Escribe: Sire Martínez.

LA RECETA ROMANA


Escribe: Sire Martínez
Hace poco, ingresé a una crujiente casa-habitación de una humilde familia en las afueras de la Lima; esa ciudad que se agiganta día a día engulléndose al desierto, a los espacios verdes y hasta a los mismos ríos y riachuelos que languidecen en su peregrinaje al mar. Mi sonriente anfitrión, es un trabajador ambulante, que vender libros piratas, carteritas, peines, tijeras o cuanto objeto se exhibe entre el bullangero transitar de los vehículos en la capital peruana. Ella, la que maneja y manda en la casa, se las arregla de sol a sol en mil oficios, mientras que los hijos de ambos deben de ayudarlos, acompañándolos en la cotidiana sobrevivencia que se pasea en la impávida selva de cemento. Era domingo, se habían tomado el día libre para celebrar el cumpleaños del suegro, amigo de la infancia y por ello, los lazos que se tejen en la niñez siempre marcan a uno, yo había decidido trepar el multicolor cerro El Agustino, a bordo primero, de un taxista afanoso de conversación para luego trepar un motocar, cuyo conductor me observó de pies a cabeza, mismo escáner humano, tal vez adivinando si llevaba algo de valor, por ridículo que fuera, que tenga una cotización en los vericuetos de inframundos desconocidos como temidos.

Sin embargo, el reencuentro resultó grato, la comida mucho mejor; entre el arroz con pollo, aparecía el ají de gallina para chuparse los dedos, la pachamanca a la olla hacía su mágica aparición y un vino iqueño anunciaba la alegría con la pronta llegada de la cerveza helada, abundante, fraterna y capaz de hacer olvidar las miserias de los demás días. Así, los peruanos hemos celebrado desde antes, a través de la comida y la bebida, nuestras tristezas y grandezas como si el estómago fuese una especie de tabernáculo que no se debe olvidar.

Sin embargo, la inicial amena conversación devino en atribulada, pues muchos de los comensales empezaron a referirse a temas de los más triviales, pues cada quien tomaba posición a favor o en contra de la esposa de un jugador de futbol de un club capitalino que anunciaba su separación tras tanto cuerno y perdones. En la mesa, se argumentaba de todo como en un proceso judicial, con elementos increíbles llegando incluso al insulto del “adversario” en medio de la bulliciosa burla del resto.

Pero lo que me sorprendió a mí mismo, es que ya no me pasma como antes la invariable presencia de lo vacío en las conversación de miles de hogares a lo largo del país, siempre girando en torno a temas de lo más pueriles y fofos. Un día es una vedette con sus escándalos de burdel, otro es el “ampay” reciente de un jugador de futbol, un tercer día es el divorcio de famosos, por supuesto que debidamente ventilado a los cuatro vientos con ribetes de acontecimiento nacional y el resto de los días nos tenemos que referir al fachendoso “melcochita” y la ingrata que lo dejó o acaso, fue al revés?

Entonces, la tímida pregunta apenas quiere a surgir: ¿y los grandes temas de interés nacional? Esos seguirán olvidados, para ser manejados por unos cuantos aburridos e incomprendidos especialistas o astutos interesados que siempre conviven en la sombra, porque la luz de la verdad les hace daño al exponerlos pues se sabe que siempre actúan colindando con lo delictuoso e inmoral.

Pero la pregunta que uno nunca se formulará, por lo aturdido que se está con la estupidez de lo banal será ¿y por qué las cosas son así? Porque los mensajes constantes, al inconsciente colectivo de las sociedades de consumo, es que no hay que participar en nada que sea serio, pues el público necesita divertirse, distraerse, escaparse de las durezas de la vida real y palpable y es justo, además de rentable, darle diversión a través de esos seres elegidos por sus dones, cualidades, miserias o coyunturas, lanzados a la palestra del espectáculo fatuo y artificial que los medios de comunicación han atizado hasta hacer que ser banal se convierta un respetable estilo de vida.

A estas alturas, conviene recordar la vieja receta imperial romana que invitaba a los gobernantes a dar al pueblo sólo pan y circo, aún permanece inalterable como lo harán los noticieros matutinos, fusionando la habitual cuota de sangre de crímenes y accidentes con los chismes del espectáculo anunciados en las tristes mañanas limeñas y que despertarán pasiones y virulencias en los hogares de alejados como insospechados lugares de este país que aguarda tal vez en vano.


Lima, marzo del 2010.

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