Escribe: Sire Martínez.

LA TIERRA GENEROSA





Antes de arribar a la ciudad de San Ramón y apenas por unos instantes, El viajero observador advertirá unas decenas de casas que se confunden unas a otras por el color oxido de los techos de calamina; pero pocos sabrán que se trata del Centro Poblado Naranjal, distrito de San Ramón, provincia de Chanchamayo, Región Junín.

Ubicado en la margen izquierda del río Palca para algunos, aunque para otros se trata del río Tarma; este centro poblado apenas es perceptible desde la carretera central, pues las calaminas se conjugan con el omnipresente verde en singular mimetismo. El CP Naranjal comprende en la actualidad unas 8000 hectáreas, las mismas que se ubican en la margen izquierda del río Palca y también en la margen izquierda de la cuenca del rio Oxabamba.

Al contemplar ese lugar apacible, sorprende saber que esta zona es también, uno de los primeros espacios de la selva central adonde arribaron los españoles, como religiosos dominicos o soldados aventureros y desde entonces ha mantenido una dinámica productiva casi imparable, pero también una parpadeante lucha de lados contrarios y una laceración persistente como se verá más adelante.

Como se sabe, La Merced, capital de la provincia de Chanchamayo, en la Región Junín tiene como punto de partida, el arribo del franciscano Jerónimo Jiménez en 1635. Sin embargo, ya en 1646, los dominicos ya habían arribado al Valle del Oxabamba, en donde asentaron haciendas que producían cultivos de pan llevar para abastecer a las misiones. Desde esos primeros momentos, la rivalidad estuvo marcando la historia de esta zona, pues los dominicos se enfrentaban con los franciscanos en la forma de concepción de la evangelización de la selva, con el fin de redimensionar de acuerdo con sus respectivos programas religiosos, la espiritualidad de sus gentes a quienes denominaron conjuntamente como campas (1).

Así, los franciscanos tenían por centro de operaciones a Huánuco mientras que los dominicos tenían a Tarma y contaban con la doctrina de Acobamba (2).

Sin embargo, poco duró la presencia de los dominicos quienes se retiraron definitivamente de la selva central en 1669, debido a la resistencia de las poblaciones indígenas. También los franciscanos debieron abandonar esos primeros intentos pues incluso fray Jerónimo Jiménez fue muerto en 1637, es decir a sólo dos años de su ingreso a la selva central.

Ya en la primera mitad del siglo XVIII, se registran hacendados, destacando la hacienda de Ocsabamba (Oxabamba), la que seguramente debe de haber estado ubicada en lo que ahora es la comprensión del CP Naranjal. Esta hacienda producía coca y caña de azúcar, materia prima para la obtención del aguardiente, el que se enviaba a las minas de Pasco y alrededores.

Luego vendría la rebelión de Juan Santos Atahualpa, la misma que desalojó a los foráneos por un periodo de tiempo muy largo y a quien se le atribuye una de los primeros intentos de independencia y autonomía de honda raíz indígena y no criolla.

Tras ese espacio de adormecimiento de los intentos de colonización, renacerán los esfuerzos alentados por los misioneros franciscanos del Convento de Ocopa así como también por los intereses económicos sobre todo de los tarmeños; quienes construirán una vía a expensas de numerosos como entusiastas vecinos en 1847, fundando el fuerte de San Ramón. Desde esa época la tierra reinició a rendir frutos, gracias al trabajo de cientos de colonos llegados de distintas partes del país y del mundo, quienes hablaban incluso lenguas diferentes pero que, poco a poco, las diferencias se fueron fusionando en una amalgama mestiza y fecunda.

El gran auge de Naranjal empezaría a finales del siglo XIX, llegando a cobrar especial impulso en la primera mitad del siglo pasado. De esa época data la industrialización de la notable hacienda, donde se cultivaba la tierra con maquinaria pesada, se producía algodón para poder confeccionar sus propias prendas, tenía una central hidroeléctrica, acuñaba su propia moneda, tenía su propia escuela fiscal e incluso se construyó una grácil Iglesia en la que el hacendado acompañado de todos sus peones, escuchaban misa los días domingos y días festivos. La oligarquía regional se disputaba las invitaciones a la lujosa propiedad; pues se sabía de su exclusividad y refinamiento. Incluso se comenta que el Presidente Augusto B. Leguía, habría estado alguna vez de incógnito en el lugar, en el que una portentosa casa hacienda lucía llena de vida y bullicio. A ello, unos años más tarde, se sumó el boom del café; que deparó fortunas enormes a cientos de hacendados y pequeños propietarios de terrenos. Se sabe que Naranjal alcanzó a producir 10 mil qq/año de café, además madera fina, cultivos de pan llevar, caña de azúcar y aguardiente. Sin duda, fueron tiempos de fábula.

Sin embargo, no todo era paz y sosiego en las haciendas de Chanchamayo y el resto de la Selva Central; aún hoy con ciertos afanes se puede encontrar vestigios entre las ruinas de algunas haciendas y se puede notar los calabozos en los que seres humanos recibían tratos crueles y denigrantes ya sea porque enfermos se negaron a trabajar, o haber cogido alguna prenda que no era suya o en algunos casos, encontrarlos sustrayendo café y madera. Los demás peones recibían salarios de miseria y un trato diferenciado cruento y despiadado. Esos “indios” y “chunchos” trabajaban intensas jornadas apenas para poder comer o tener acceso a una parcela de terreno donde sembrar cultivos menores, los escasos días en que no trabajaban para el patrón. El mundo en ese entonces ya era así y desde niños, ya la Iglesia o la sociedad repetían a cada peruano ese status vertical que aun hoy en día subsiste y se mantiene detrás de todos los disfraces que la modernidad nos trajo. Esa realidad era tan cotidiana que se sabe que, en otro ámbito ajeno a estas líneas, no se permitió el ingreso al Club Nacional al mismísimo Luis Banchero Rossi, magnate pesquero de la década de los 60 y que hoy en día persiste cuando unos energúmenos no admiten el acceso a discotecas a las que quieren ingresar personas indeseables en razón a su apariencia y apellido.

Enarbolando mensajes de justicia social, la Junta Militar dictaminó la reforma agraria para solucionar los enormes problemas de miseria y postergación en la que vivían miles de seres humanos que sometidos a una condición de semi esclavitud doblaban los lomos cada día para trabajar la tierra ajena. Pero esta medida sólo fue un cálculo político como se dan todas las medidas populistas desde el nacimiento de la mismísima República y tal vez antes inclusive. Por ello, estuvo condenada al fracaso y hoy al cabo de cerca de 40 años, miles de personas continúan viviendo en espacios tugurizados, cultivando parcelas atomizadas, sin tener la condición aún de propietarios ni contar con un documento cierto que los certifique como posesionarios u ocupantes precarios. En Naranjal, el enorme tendal en el que se tendía el café procesado al sol para su secado, ahora presenta pequeños espacios como grumos en el que cada propietario extiende su café de manera individual, de tal modo que cada metro cuadrado tiene un poseedor distinto y el más afortunado de ellos puede cosechar 10 qq/año.

Llegar a ese lugar, dá nostalgia por el pasado fascinante como las historias que apenas repiten los más ancianos, añorando tiempos idos en el que “el patrón ponía orden y carácter” para que cientos de brazos se juntaran prestos a cultivar la tierra fecunda.

En ese sitio, se puede comprobar con certeza que después de siglos, la tierra generosa sigue produciendo ajena a los cambios humanos, pero la miseria económica generacional de las personas no se ha resuelto y sólo ha formado parte decorativa del discurso de los politicastros de siempre que en su tiempo creyeron alcanzar la gloria personal, pero que ésta, con el paso del tiempo se desploma como irremediablemente lo hace, la otrora suntuosa hacienda Naranjal.

(1) Término despectivo que quiere decir sucio o desaliñado.
(2) Órdenes y desórdenes de la selva central. Santos – Barclay. IEP/IFEA/FLACSO. 1995. Pag. 37.

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