Escribe: Sire Martínez.

El REPARTO DEL BOTIN


Siempre me asombra el comportamiento de muchos de mis compatriotas, pero suelen haber algunas veces en que dicho estado colinda con lo realmente imposible y se torna en irremediable estupor. Por ello, me adhiero a la opinión de muchos que afirman que el asombro es el fundamento y el punto de partida del filosofar. El asombro es pues también experiencia vital, que marca y a veces duele.

Lo que ocurrió hace unos meses; me hizo reflexionar hasta que punto somos viables como país, así como escarbar ideas para encontrar una afligida respuesta acerca de cuál será el porvenir de éste singular país de contrastes imposibles.

Todo sucedió en unos de los tantos viajes que debo de realizar, partiendo desde este espacio telúrico al que amo: la selva central del Perú. Era uno de esos viajes fascinantes, de esos donde uno enmudece y se apega a la ventana del coche para contemplar la majestuosidad de los paisajes que se suceden uno tras otro a cada curva de la pista. Entonces a veces, nacen los momentos personales, en donde mientras se fija la vista hacia fuera, poco a poco, uno se adentra en su espacio interior y florece la reflexión, o en otras ocasiones la mente parte hacia el repaso por los tiempos pasados en donde nace incluso la inspiración.

Este viaje, era una de esas ocasiones, donde todo se presentaba alegre y prometedor. A los pocos minutos de partida, el conductor se detuvo bruscamente pues delante del vehículo había un bulto que de hecho había caído de otro vehículo que marchaba adelante. El bulto no era otra cosa que un paquete de papel higiénico, de esos que aquí les denominan planchas. Raudamente, el joven conductor puso el vehículo en marcha, mientras acomodaba el paquete conjuntamente con el pasajero de adelante. Al momento, surgieron los comentarios y las especulaciones, suponiendo que el paquete había caído de algún camión repartidor de mercancías o de algún motorcar.

Inmediatamente después de la siguiente curva, una combi estaba estacionada, había una persona que hacía señas para que el auto, en el que viajábamos unas personas y yo, se detuviera. La reacción del chofer y del pasajero fue singular y casi a la misma voz, resonó la frase esperada: - esconde el paquete. Inmediatamente al auto empezó a acelerar y pasó raudo delante de los pasajeros que esperaban que nos detuviésemos, mientras una mujer de modesta apariencia, se esforzaba en señalar a que parase el vehículo. Obviamente seguimos adelante. La mirada de la mujer me movió a requerir al conductor a que se detuviera y devolviera el paquete a la propietaria. – Es un paquete que cuesta unos pocos soles, amigo - señalé, - esa pobre mujer seguramente lo revende y así se gana unos céntimos – agregué. El muchacho ni me miró, dudó por un instante cuando el pasajero a mi lado, deslizó una cotidiana respuesta: - ya fue la tía – que inmediatamente recibió la anuencia de todos los demás pasajeros y el conductor.

No atiné a nada más, me quedé perplejo por un largo momento, que me pareció tan largo que aun aflora cuando veo una combi trepar los verdes cerros de la selva central.

Por mi mente, se dibujaron siluetas de una resignada mujer que se subía a la combi, llegaría a su lugar, tal vez narrando la pérdida a sus parientes mientras que abría la humilde puerta de una sórdida tiendecilla, de cuyas ventas mantenía a su familia numerosa y apretujada.

Volví la mirada hacia mi compañero de viaje y me percaté que leía un libro de a pocos. Me fijé en el titulo y decía “Todos los secretos de la excelencia” Miguel Ángel Cornejo. Lo volví a mirar una vez más y capturé ese momento de ridículo contraste en mi mente.

Una hora más tarde, arribamos a nuestro destino. Antes de bajarnos, el conductor y el pasajero de adelante, rompieron la cobertura plástica y empezaron a repartir los rollos de papel higiénico de manera proporcional. Era el reparto de un insólito botín. El conductor me alcanzó unos cuantos rollos, lo cual rechacé en silencio, asqueado del miserable acontecimiento. Este esbozó una sonrisa burlona mientras se alejaba presto a captar nuevos pasajeros, para emprender el regreso.

No sé hasta dónde nuestro país está corrompido, pero sé que se trata de una grave crisis, de la cual aún es posible escapar sino hacia adentro de nosotros mismos. Sé que todo individualismo se activa como mecanismo de defensa, cuando el ser humano se haya impotente frente a un entorno incomprensible u hostil; sé también que el principal problema de nuestro país, es la carencia de liderazgo con visión de desarrollo. Pero no tengo respuestas frente a la miseria espiritual de las personas, la que se acrecienta entre las más íntimas fibras de nuestro inconsciente colectivo.



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