Escribe: Sire Martínez.

LA LEY DEL MAS FUERTE


De cómo se paraliza una región por los desatres naturales y como actuamos los peruanos en el corazón del país.

LA LEY DEL MÁS FUERTE

Hace poco, la Selva Central del Perú estuvo incomunicada por varios días. Primero, fue el hundimiento de una parte de la plataforma asfaltada en el Sector de Naranjal, ubicado antes de llegar a la cálida ciudad de San Ramón; que es la primera de tantas otras, cada una con su propia personalidad en esta bella región. Luego, sería la destrucción de una parte de la plataforma a la altura del río Yanango, el mismo que derribó un vistoso puente atirantado unas semanas antes, pero que en el periodo que va desde Mayo a Noviembre, apenas es un hilo de agua que discurre sigilosamente hacia el río Tarma. Luego, vendría el derrumbe de mas de 60 mil metros cúbicos de rocas, lodo y tierra, a la altura de Carpapata, en la vía Tarma – Chanchamayo y en donde es posible apreciar una llamativa caída de agua denominada “Cabello de ángel”.

Proveniente de dos voces, una castellana (carpa) y la otra quechua (pata), Carpapata quiere decir “carpa en el andén” y fue nombrada así por los antiguos pobladores de la zona, que sembraban las chacras de los alrededores y expendían sus cosechas al costado del, por esa época, reciente camino de herradura que descendía hacia “la montaña”, como antes se denominaba comúnmente a Chanchamayo.

Numerosas personas viajan todos los días con motivos variados, hacia o desde la Selva Central, por esta hermosa ruta que ofrece asombrosos paisajes que van cambiando paulatinamente, de los rojizos y marrones múltiples de los cerros de Tarma, hacia la cada vez más exuberante vegetación verde arbustiva primero y que luego da paso a numerosos árboles de impresionante diversidad.

En el cañón Palca uno puede encontrar, en diferentes épocas del año, hermosas bromelias de inflorescencia multicolor así como modestas orquídeas que regalan matices entre las rocas, muchas veces imperceptibles a preocupados pasajeros que exigen, la mayoría de las veces, que el vehículo no corra si no que vuele.

Urgentes asuntos, al final sin importancia, me llevaron esos días a tener que surcar esa ruta una vez más, por mi tan querida como admirada. Desde niño he recorrido embelesado cada recodo a donde se fijara mi vista; unas veces sería el serpenteante río que se desliza hacia la profundidad misteriosa de la selva que aguarda a unos kilómetros abajo, otras veces mi mirada se ha posado sobre anónimos agricultores que ascienden o descienden por empinados caminos, siempre llevando y trayendo sus alegrías y miserias. También he comprado en esos parajes, suculentas granadillas de vivo color y otras he obtenido, como preciado botín, hermosas calabazas que sencillos y vivaces niños venden a la vera de la carretera.

En la Selva Central, siempre las lluvias conllevan peligros y dificultades inimaginables para los ciudadanos de las grandes urbes; de tal manera que empecé el recorrido con precaución y la vez firmeza.

La caída de la plataforma de Naranjal había sido ya superada, aunque de manera provisional; pero al llegar al río Yanango, tuve que bajarme de vehículo que me llevó hasta esa parte para luego recorrer a pie un tramo de 300 metros entre numerosas personas que caminaban raudamente llevando y trayendo paquetes pesados, maletas y hasta cajones de frutas, aparentemente sin rumbo definido. Antes, el conductor me había dicho primero, que debía caminar un tramo pequeño no mayor de 50 metros y segundo que podía cruzar el río sólo cada media hora a bordo de un par de volquetes, mientras los maquinistas abastecían de combustible a sus ogros de metal. Mas luego, al llegar a la altura del puente caído, es decir el río Yanango, observé la maquinaria que penosamente trabajaba para habilitar y mantener el badén transitable, pues a la menor de las lluvias, el río desbordaba su furia incontenible.

No me había dado cuenta que uno de los volquetes cruzó el rió hacia los que esperábamos, por varios minutos, en la orilla contraria; cuando noté que la gente cercana a mí, empezó a correr precipitadamente; instantáneamente tuve que hacer lo mismo, al recordar que si no abordaba el volquete no podría pasar hasta la media hora siguiente. El vehículo no se detuvo en ningún instante mientras que muchos de nosotros trepábamos hacia la tolva en medio del griterío, los quejidos y hasta las risas. Una mujer estaba con las piernas hacia arriba pues había caído empujada por los demás hacia el interior, golpeándose la cabeza. La ayudamos como pudimos, mientras que nos sujetamos unos a otros para no caer de la tolva pues el camión se desplazaba hacia la otra orilla situada a unos 60 metros. No pude contar cuantos éramos en ese momento pues al instante los niños fueron bajados apresuradamente mientras que los demás saltamos como pudimos, siempre con el vehículo en movimiento y el conductor gritando: - Bajen, bajen!. Indignado me le acerqué a reclamarle que era necesario que se detenga, pero apenas me miró cuando fui empujado por el gentío que pugnaba por trepar la tolva para cruzar en sentido contrario. Al minuto, el vehículo otra vez se hallaba en la otra orilla.

Pregunté a un conocido si era cierto que sólo cada media hora se podía cruzar y me contestó que no, señalando a una destartalada camioneta. – Chino, pagas un sol y cruzas.- agregando de inmediato - Lo que pasa es que el pata está almorzando – me dijo despreocupado, mientras compraba un helado y reclamaba su vuelto.

Me enteré que en cada viaje pasaban entre 20 a 30 personas trepadas a la camioneta. El día anterior, el conductor había ganado más de seiscientos soles. Sin duda, estaba en el lugar y en el momento adecuado.

Luego abordo un nuevo vehículo que no me cobra menos de siete soles por sólo unos kilómetros, el conductor me indica que hay pase por momentos, de lo contrario sólo hay que hacer un pequeño trasbordo. Claro - le digo – un par de horas caminando ¿no?; ¡otra vez el clásico aquisito no más de siempre! – Me mira, solo sonríe y continúa manejando.

Pronto arribamos a una larga fila donde abandono el auto y empiezo a caminar. La lluvia cae otra vez y tras media hora llego a una pequeña trocha convertida en vía alterna por la cual sólo circulan vehículos menores; me trepo a uno de ellos que me cruzará - por cinco soles, broder - pero sólo logramos avanzamos un par de decenas de metros pues una camioneta se ha metido en sentido contrario y no quiere retroceder, no habiendo manera de poder pasar. Al cabo de una media hora, de avances y retrocesos, por fin podemos continuar la ruta, para una vez más tener que bajar de la camioneta pues un camión pequeño está malogrado en plana subida. Decido caminar; al llegar al otro lado me enteraré que un pesado camión se ha metido por la estrecha vía por la cual no tenía ninguna posibilidad de pasar y se ha atollado al tener que retroceder.

A medida que desciendo por la trocha carrozable, construida como acceso hacia la central hidroeléctrica que abastece una fábrica de cemento, observo el derrumbe enorme y noto que algunas piedras se deslizan de cuando en cuando. No puedo detenerme mucho, pues numerosas personas vienen y van presurosas, llevando rumores sin rumbo y sin sentido.

Cada vez más nuevos vehículos van arribando de ambos lados de modo tal que ahora no hay pase por ninguna vía. La primera al estar interrumpida por la enorme masa de piedra y lodo y la segunda por que nadie quiere ceder el paso al otro vehículo. Me detengo a contemplar el caos y el desorden como queriéndome abstraer de toda esa confusión. Los conductores discuten unos con otros, vociferan, maldicen y se insultan. Supe después, de algunos que se golpearon pero no los vi. En todo este caos alcanzo a ver apenas dos policías que ya se han rendido ante el desbarajuste generalizado.

Dos horas más tarde llego al otro lado, he cruzado la quebrada por la vía alterna, descendiendo y luego subiendo hasta encontrar otra vez la pista. Tengo los pies adoloridos, me percato que mi pantalón y casaca tienen manchas de grasa y pienso una última vez en la tolva del volquete.

Estoy cansado pero feliz de estar del otro lado y poder continuar el viaje. Se me acercan tres o cuatro personas que me jalonean levemente cada uno para su vehículo. Pregunto cuanto y todos me dicen: - solo 10 solcitos - a la vez. Me dejo llevar. Apenas puedo observar el inmenso carnaval que ha cobrado vida en el lugar, traduciéndose en numerosas voces que se apretujan por doquier ofreciendo deleites por un nuevo sol como choclos con queso, piñas trozadas, papas rellenas, chifles, bebidas así como también periódicos, cigarros y hasta plásticos para la lluvia.

-¡Por fin!- exclamo al sentarme, pero al cabo de unos pocos minutos, el station wagon está repleto con ocho personas más. Esta vez tengo un asiento privilegiado, pues voy adelante al lado del chofer, claro que tengo que pagar 5 soles más para que nadie más se suba adelante. Apenas puedo ver que atrás hay cinco personas y un niño donde caben normalmente tres y en la maletera hay tres personas más, cuando el vehículo empieza la marcha. Siento el aire frío, penetrar hacia mis pulmones y noto que mi garganta empieza a sentir los estragos de la corriente de aire. Quiero cerrar la ventana pero no puedo por que el vidrio esta roto - le cayó una piedra en un viaje anterior – comenta el tipo que va al volante y yo sé que eso es mentira. La luna esta rota desde hace mucho tiempo atrás.

Hemos avanzado unos pocos minutos pero, una vez más, hay un vehículo en sentido contrario recordándome la descomunal práctica cotidiana de burlar todo tipo de ley. En cada esquina, cada día, hay quienes hacen caso omiso de una luz roja; otros practicando puntualmente la cultura combi, se detienen en plena vía donde quiere subir o bajar el caprichoso pasajero de turno y muchos corren debajo de los puentes peatonales cruzando la pista de manera imprudente.

Reclamo al conductor de un trailer sobre la ocurrencia de querer pasar a toda costa. -Estoy hace dos días aquí y esta vez paso como sea – es su cruda respuesta. Media hora más tarde podemos avanzar nuevamente en medio de bocinazos que provienen de atrás. Unas cinco o más veces, se vuelve a repetir esta especie de ritual de la barbarie vehicular. La ultima de ellas, es cuando tenemos que empujar a un camión en sentido contrario, malogrado cuando pretendía pasar en medio de dos camiones; no entiendo como. Al principio todos opinan y algunos se prestan a empezar a caminar una vez más, pues suponen el cercano final de la fila de vehículos en sentido contrario. Alguien sugiere empujar el vehículo pues somos una treintena de hombres. Lo hacemos respondiendo de manera gregaria a un solo grito que sale de nuestros pulmones y en minutos hemos superado un obstáculo más.

Cada vez que se apertura un espacio para poder pasar, tenemos que correr hacia el vehículo, para que el de atrás no se nos adelante, pues eso significaría un nuevo y largo tiempo de espera; me percato una vez más, que sólo la ley del más fuerte hará posible que se pueda adelantar o retroceder unos metros más.

Al fin avanzamos ya sin contratiempos; cerca de Palca se puede captar una emisora. Escucho a los chistosos que dicen en broma y en serio, que ahora Alan García adelanta a Lourdes Flores. Escucho murmurar al conductor una frase que me parece sabia como infinita: - Es lo mismo flaco; gane quien gane, igual tenemos que seguir trabajando – Contengo el aliento y no sé que decir.

Normalmente, el viaje de La Merced a Tarma o viceversa lleva una hora con quince minutos. Esta vez, salí a las 9 de la mañana y son las cinco de la tarde cuando veo al fondo dibujarse los cerros tarmeños plagados de variopintas casitas regadas en las faldas de olvidados apus, que rodean a “La Perla de los Andes”.

Al llegar, apenas dejamos el vehículo, este se desplaza otra vez lleno de pasajeros hacia el pase, como llaman ahora al lugar del derrumbe. Lo veo perderse a lo lejos y entiendo que he vivido una experiencia enriquecedora. Al rato, leo en los periódicos que Ollanta Humala sigue adelante y por fin entiendo que el voto que lo respalda no es el del antisistema, como lo señalan los analistas en sus lejanías de papel, pues sólo es el fiel reflejo de que llegado el momento adecuado se impondrá la única ley, que los peruanos de toda condición reconocen y respetan; esta surge a borbotones, ya sea en tantas calles y carreteras del Perú, en Ilave, en una universidad mientras el contrincante emite su voto o en cualquier cercano o lejano lugar, para recordarnos su cardinal presencia en el cotidiano acontecer de este país confundido.

- Sire Martínez -Abril 2006



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