Escribe: Sire Martínez.

LEIDO EN ALGUNA PARTE


América Latina y el Caribe se encuentran hoy en un proceso acelerado de urbanización. La ciudad post-industrial no representa sólo una variante del tradicional hábitat humano, sino que constituye de hecho, el paso de la cultura rural a la cultura urbana, sede y motor de la nueva civilización universal. En ella se altera la forma con la cual en un grupo social, en un pueblo, en una nación, los hombres cultivan su relación consigo mismos, con los otros, con la naturaleza y la religiosidad.

En la ciudad, las relaciones con la naturaleza se limitan casi siempre, y por el mismo ser de la ciudad, al proceso de producción de bienes de consumo. Las relaciones entre las personas se tornan ampliamente funcionales y las relaciones con Dios pasan por una acentuada crisis, porque falta la mediación de la naturaleza tan importante en la religiosidad rural y porque la misma modernidad tiende a cerrar al hombre dentro de la inmanencia del mundo. Las relaciones del hombre urbano consigo mismo tambien cambian, porque la cultura moderna hace que principalmente valorice su libertad, su autonomía, la racionalidad científico-tecnológica y, de modo general, su subjetividad, su dignidad humana y sus derechos. Efectivamente, en la ciudad se encuentran los grandes centros generadores de la ciencia y tecnología moderna.

Sin embargo, nuestras metròpolis latinoamericanas tienen también como característica actual periferias de pobreza y miseria, que casi siempre constituyen la mayoría de la población, fruto de modelos económicos explotadores y excluyentes. El mismo campo se urbaniza por la multiplicación de comunicaciones y transportes.

A su vez, el hombre urbano actual presenta un tipo diverso del hombre rural: confía en la ciencia y en la tecnologia; está influido por los grandes medios de comunicación social; es dinámico y proyectado hacia lo nuevo; consumista, audiovisual, anónimo en la masa y desarraigado.

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